La última palabra

No sabía si meter esta reflexión en la última entrada que hice o si crear una nueva. Tomarla como una continuación, pero quería que tuviera un espacio propio porque creo que esta mini entrada, recoge exactamente mi opinión sobre el sistema educativo. He decidido añadir este apartado porque, aunque sé que todas las decisiones que tomamos como docentes están limitadas, por un sistema sobre el que no tenemos mucho poder, quería dejar escritas mis ideas; sobre todo basándome en la discusión que hubo en clase, el último día, en este aspecto. 

¿La universidad nos forma para perpetuar un sistema que no funciona?

La manera en que se enseña en la universidad forma parte del mismo sistema que muchas veces nos preguntamos si funciona o no. Por eso, creo que, aunque no lo hagan con esa intención, la universidad nos acaba preparando para seguir haciendo las cosas como siempre. No digo que siempre vaya a ser así, pero hasta ahora no he visto que se arriesguen o se “mojen” a enseñar algo diferente.

Al empezar a tomar la decisión sobre lo que quería estudiar, me pregunté si lo que quería era ser docente o si de verdad quería cambiar el sistema. Trabajar en algo más “arriba” para tener algo de influencia. Sin embargo, me di cuenta de que si yo subiera ahí arriba, perdería el contacto con lo que pasa aquí abajo. 

Uno de los problemas de que la educación no cumpla con nuestras expectativas, es que hay mucha distancia entre la realidad del aula y lo que tratan de imponer desde arriba. Desde ese lugar no se ve lo que ocurre aquí, y esa distancia hace que las leyes, normativas y todo lo que conlleva la educación, no salga como esperamos. Para que las cosas cambien de verdad, aquellos que tienen el poder tienen que reconocer que no pueden hacerlo todo por ellos mismos. Hay cosas que, desde su posición, simplemente no se pueden cambiar. Aunque Illich pueda sonar idealista, estoy de acuerdo con él en que hay decisiones que, por mucho poder que tengan, no están preparados para tomar y la educación es una de esas cosas. El primer paso es asumir esto y dejar que decidan quienes están abajo, los que de verdad conocen lo que pasa en el día a día.

Por ejemplo, creo que sería fundamental que quien crea una ley pase un tiempo dentro de un colegio: observe qué falla, hable con docentes y alumnos, les pregunte qué creen que va bien y mal, cómo se sienten, y los deje intervenir en el proceso.

Como ya conté en otras entradas, estuve un solo día en una clase y con ese día me bastó para saber que quería ser profesora. Vi tantos problemas que sentí que tenía que estar ahí para intentar solucionarlos, porque muchos profesores no hacían nada. Si en un día puedes ver tanto y pensar en tantas ideas para ayudar a los alumnos, evitar discusiones o mejorar cómo aprenden, imagina lo que se podría conseguir si alguien pasara varios días antes de hacer una normativa. Así, sí se podría crear algo que de verdad represente la realidad educativa.

¿La educación tiene más importancia para crear felicidad o productividad?

Todos sabemos que de todo lo que aprendemos en el colegio, solo recordamos una pequeña parte, quizás menos de la cuarta parte. Si eso es así, ¿por qué no se investiga qué es lo que realmente se mantiene con el tiempo y se hace un esfuerzo para que todos lo aprendan bien? Así, habría tiempo para estudiar bien esos contenidos, asegurando que todos lo hagan, y también para dedicar tiempo a otras cosas importantes: aprender a manejar conflictos, hablar del acoso escolar, tratar temas como la muerte… cosas que también forman parte de la escuela y que no podemos dejar fuera. No basta con hablar de estas cosas de vez en cuando, hay que incluirlas dentro del currículo. 

Por ejemplo, desde que los niños entran al colegio, es muy importante que no solo sepan qué es el acoso escolar, sino que entiendan bien qué significa, qué problemas trae y por qué es fundamental evitarlo. No basta con que conozcan la palabra; tienen que comprenderlo de verdad para poder ayudar a que no pase. 

Nuestro trabajo como profesores no es solo enseñarles contenidos, sino también cuidar todo lo que puede afectar su vida y su bienestar. Queremos prepararles para que tengan un buen futuro, y eso implica prevenir problemas que puedan perjudicarles, porque está demostrado que lo que vivimos en la infancia, influye mucho en la persona que llegamos a ser.

Además, la realidad es que lo que aprenden en clase y la productividad representan menos de la cuarta parte de lo que realmente influye en sus vidas. Por eso, en el debate que hizo Hugo sobre qué es más importante, productividad o felicidad, yo defiendo sin duda la felicidad. Porque sin ella, todo lo demás carece de importancia.

Cuando ves a un niño de seis años por primera vez, pensar en convertirlo solo en alguien productivo no me entra en la cabeza. Un niño tiene mucha inocencia, no sabe dónde está ni todo lo que le queda por descubrir. Pero también es un poco idealista creer que todo lo que debe aprender va a ser siempre bueno, porque la realidad es mucho más complicada, tanto que ni la productividad te da las herramientas ni te prepara para enfrentarte a ella. Puede que una parte sí, pero como he estado diciendo, lo que enseñamos es menos de la cuarta parte de todo lo que realmente importa en la vida.

Al final, lo que realmente importa es que eduquemos personas preparadas para vivir, no solo para producir. Y vivir sin felicidad no es lo que debería ser vivir.

Comentarios

  1. ¡Qué cierre más bonito y profundo Lauri! Tienes toda la razón, la felicidad es la primera que marca el camino y la que lleva consigo todo lo que va ocurriendo detrás. De hecho es la propia felicidad la que sirve como empuje para aquellos días que no somos tan felices, porque cuando pensamos en aquello que nos ha producido la mayor felicidad posible, nos conseguimos levantar y seguir adelante.

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